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Gente de São Paulo

Bernardo Gutiérrez
Complicado, muy complicado, encontrar una cara para la gran urbe
São Paulo, Brasil
Fotos de: Bernardo Gutiérrez
Difícil poner rostro a una ciudad fundada por un español (el padre Anchieta), levantada por portugueses y decorada por italianos. Complicado, muy complicado, encontrar una cara para una urbe donde las infraestructuras metálicas fueron de los ingleses, la arquitectura civil de los alemanes y la estructura comercial de los japoneses. Complejo, extremadamente complejo es encontrar a un persona que resuma la esencia de una ciudad donde los judíos del mundo rehicieron sus vidas, los árabes popularizaron el kibe y donde muchas calles llevan nombres tupís de los indígenas que siempre poblaron São Paulo. Por eso, porque el callejero es una Babel cósmica - rua Jericó, rua Miguel Petroni, rua Cristovão de Burgos, Avenida Ipiranga - lo más sensato es absorber el desfile de rostros de la urbe como si fuese una melodía escurridiza o dulce. Por eso, mirar a a los ojos de São Paulo es contemplar el rostro de Eduardo Bidlovski, BID, uno de los productores musicales más cool de la ciudad. Quizá por eso, por el contubernio de sangres del callejero de la ciudad, BID - descendiente de judíos europeos - cocina en su estudio beats del mundo sin preguntarse su procedencia. Mirar a los ojos a São Paulo es charlar con el chef francés Emmanuel Bassoleil y degustar sus 'Recetas Que Reinventa São Paulo': una terrina de foie gras con maracuyá; shimeji, cubos de piña y sake... Buscar el paulistano perfecto es toparse con un violinista del nordeste de Brasil en la puerta de una cantina italiana del barrio de Bixiga. O fotografiar a tres modelos de sangre africana contra una pared garabateada. O admirar los diseños del aclamado Pedro Inoué, de sangre nipona y creatividad internacional. O enredarse en el bate papo (conversación) con Luciano Araujo (sangre portuguesa y gallega) y Helena Rabesca (posos italianos), directores de Ovo Design, gurús del mestizaje de arquitectura, web y diseño. Entender a la gente de São Paulo es leer la avenida Paulista mientras la desdibujan personas-que-casi-corren. Sentir São Paulo es mirar la foto de un sambista en el Museo de Arte Contemporáneo (MAM), redibujarla y pintarle un corazón como si fuese nuestro. Querer a São Paulo es caminar, sin brújula ni lianas, por una frase del Manifiesto Atropofágico de Oswald de Andrade, un texto de 1928 que describió sin proponérselo la esencia caníbal de la São Paulo de ayer y de siempre: “Fue porque nunca tuvimos gramáticas ni colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental”.

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