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Kourou sin cohetes

Paco Gómez Nadal
Un enclave aeroespacial en medio de la Guayana Francesa
Kourou, Guayana Francesa
Fotos de: Paco Gómez Nadal
Por Paco Gómez Nadal / Otramérica Las ciudades con alma tiene su peso específico distribuido en diferentes coordenadas de su geografía. Uno se puede imaginar México D.F sin el Zócalo, aunque cueste, o Bogotá sin la Séptima, hasta podría pasear por Cuzco sin que la sombra del cercano Machu Pichu le hiciera sombra. Pero es difícil sacarle el espíritu a Orlando sin Disneyworld o a Kourou sin cohetes. ¿Qué no sabes dónde queda Kourou? Pues es fácil. Guayana Francesa, única carretera (antes Ruta Colonial, ahora N-1), en el centro de este territorio francés en Suramérica. La ciudad de Kourou, la segunda de este ‘departamento de ultramar’, aporta el 25% del PIB de este lugar del mundo, pero nadie lo diría recorriendo sus calles. ¿Cómo describirla? Pues un enclave a medio camino entre un campamento militar bien arregladito y una ciudad jardín residencial que vive por y para el Centro Espacial Guayanés, una instalación múltiple que cubre 850 kilómetros cuadrados y desde la que se lanzan los cohetes europeos Ariane y los Soyuz 2 rusos. Esta característica genera ya una diferencia: los que trabajan para o por el Centro Espacial y los que no. Los primeros suelen provenir de la Metrópoli, suelen ser blancos, suelen recibir buenos salarios y habitar lindas casas. En esa categoría también entran los militares franceses que se despliegan en esta zona (incluida la Legión Extranjera). Los segundos, suelen ser afrodescendientes o, incluso, indígenas, que dan servicio a los primeros o sobreviven con la política de subsidios que París aplica al departamento más grande del país (aunque no esté ni se parezca a él). Kourou se extiende en una larga franja pegada al mar Atlántico y desde sus playas de agua marrón (característica de la mayoría de las playas de Guayana Francesa debido a la cantidad de ríos que desembocan en la costa) se pueden ver las Islas de la Salvación. Aquí, a Kourou, fue donde Francia mandó una de sus expediciones más penosas. Fue en 1764. Entonces Francia no conseguía ‘domesticar’ este territorio, pero lo necesitaba (especialmente después de haber perdido Canadá o India en la Guerra de los Siete Años). El duque de Choiseul envió a 12.000 colonos (una amalgama de aventureros y desarrapados suizos, holandeses, belgas o austriacos) a Kourou, aunque en realidad los estaba mandando a la muerte. Las enfermedades y las penurias acabaron con 7.000 de los colonos, 2.500 supervivientes fueron repatriados a Europa y sólo unos 2.000 permanecieron en Guayana, refugiados en las islas que entonces fueron bautizadas como de la Salvación. Ahora Kourou es centro de visitas. Los turistas franceses o Guayaneses van a ver la Central Espacial pero casi nadie parece interesado en la propia ciudad. La recorro un sábado, en medio de cierta desolación. “¿Y el centro?”, pregunto con cierta inocencia. “¿Qué centro?”, me abofetea una mujer en la calle. No lo hay, es cierto. Apenas algunas zonas de la ciudad (de 25.000 habitantes) con más concentración de tiendas, un par de bares y largas avenidas que el poderoso sol se encarga de despejar de humanos hasta bien entrada la tarde, cuando alrededor de las tiendas de chinos, los trabajadores de la periferia (afrodescendientes, brasileños, surinameses, algunos peruanos…) se reúnen a tomar una cerveza fría y a aprovechar la brisa.   Los dos lagos y las pequeñas lagunas que salpican la ciudad construyen un enjambre de espacios amables. Nada más. Kourou sola, ella sola, justifica el interés desmedido de Francia por mantener este territorio colonial. La Central Espacial es un lugar estratégico que nadie cuestiona en la “metropol” y que los locales miran de reojo. “Eso deja muchos euros, pero los deja en Europa. Aquí, tratamos de aprovechar las migajas”, me explica uno de los jardineros que deja bonitas las casas de los que sí ven de cerca la properidad de Kourou.  

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