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La Amazonía Boliviana

Primera parada: el Parque Madidi, la selva que late y respira
Amazonía Boliviana (Bolivia)
Fotos de: Cristina Zabalaga
A sólo media hora de La Paz en avioneta está Rurrenabaque, más conocido como Rurre, el punto de partida hacia la Amazonía boliviana. Nada más sobrevolar la cordillera el paisaje se transforma abruptamente en trópico, y es que a sólo 410 kilómetros de los Andes está Rurre. Más allá del altiplano y de las montañas el 60% del territorio boliviano es trópico. En el trópico, vale decir más de 30 grados y una humedad por encima del 80%, el ciclo de los seres vivos se acelera, los árboles tardan mucho menos en crecer y son más exuberantes, pero también mueren más rápido. Las raíces crecen y se multiplican igual que las mariposas, los chanchos troperos, los mosquitos, la caña de azúcar, las parabas rojas, los plátanos y los monos araña. En Rurre no se camina porque el calor es insoportable y escasean los taxis o buses, el medio de transporte más usado son las motocicletas: mototaxis, que cobran dos bolivianos por trayecto (20 centavos de euro). Así hay gente que se sube a la moto con maletas, animales, comida o niños. De Rurre navegamos una hora por el río Beni hasta llegar a San Miguel del Bala, la puerta de entrada al parque Madidi. En el Bala viven los indígenas Tacana, una comunidad de cincuenta casas donde más de la mitad de las familias vive del turismo. Hace más de cinco años los Tacana se organizaron para crear rutas de exploración al Madidi. Así, construyeron campamentos para turistas y los hombres se formaron como guías y las mujeres como cocineras. Otros cumplen funciones de logística y administran una de las pocas empresas de turismo gestionada en su totalidad por una comunidad indígena. Nos asignan a Demetrio, el guía más antiguo de la comunidad. Demetrio sabe distinguir entre el sonido de un mono araña o una paraba. Para mí los sonidos son todos iguales, mientras Demetrio escucha, camina con ligereza y con una agilidad que me avergüenza, todas las plantas que nos rodean son de alguna utilidad para él. La selva es una farmacia ambulante, hay hojas que se aplastan para curar heridas, otras que se hierven para expulsar el veneno de una mordida de serpiente, y otras que se maceran para curar el mal de estómago. Para Demetrio, el Madidi, más allá de ser una de las áreas con mayor biodiversidad del planeta, es su casa, y por eso mismo tiene todo lo que necesita al alcance de su mano.

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