Otros viajeros

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Microhistorias patagónicas

Emi Arias e I.L.F.
Momentos, lugares, personas... Encuentros y vivencias a ambos lados de la frontera
Patagonia chilena y argentina
Fotos de: Emi Arias e I.L.F.
1. Las Aves del Lago. El Calafate Adriana tiene un hostel en El Calafate, lejos de los caminos trillados por el turismo. Lo abrió después de separarse de su marido, cuando se reencontró con su primer amor en este rincón de la Patagonia al que vino desde Buenos Aires para asumir su ruptura. Su primer amor y actual novio es guardaparques en Los Glaciares. El destino aquí parece existir. El hostel Las Aves del Lago es ahora su refugio y también el de viajeros y viajeras que no quieren ser ni sentirse turistas. Nos quedamos con ella y con sus hijos más de una semana trabajando. Negociamos un intercambio justo; alojamiento por trabajo. Durante esos días acompañamos a la gente desde la terminal de autobuses, deshacemos camas y compartimos confidencias con gente de todas partes. Tomamos mate y vemos atardeceres de más de tres horas sentados en la puerta, frente al lago Argentino, custodiados por millones de margaritas. Después de unos días el cuerpo nos pide kilómetros y nos vamos. Antes de subir al taxi, Adriana nos entrega un sobre con una foto del hostel, una dedicatoria llena de bendiciones y un regalo que no esperábamos. Su hijo y ella nos despiden con la mano y se van haciendo más pequeños en la distancia, entre margaritas y con el azul celeste del lago de fondo. Ayer recibimos un correo de una pareja de suizos. “Hemos vuelto al hostel y no estais. ¡Que tristeza! ¡Os echamos de menos!”, escribían Michelle y Danielle. Y es que todas las aves tienen hechas las alas para lo mismo, también las aves del lago… Y se quedan donde encuentran lugares donde construir un nido. Y el sitio no era este. Somos como aves, como aves del lago. 2. El cajero… De los Antiguos a Chile Chilo. De Chile Chico a Puerto Guadal y de Puerto Guadal a Cochrane. ¿Qué es esto? ¿Pekín Express? Cruzamos la frontera de Chile y nos tiran a la basura una zanahoria, una cebolla y una naranja en la frontera. Iñaki rescata una manzana comiéndosela allí mismo. El primer pueblo es Chile Chico y la primera fue en la frente; el cajero no acepta nuestra tarjeta. Alzamos el dedito pulgar y buscamos la manera de llegar a Puerto Guadal, próximo pueblo con cajero a más de 4 horas de allí. Primero viajamos un par de horas en la parte de atrás de una camioneta con un hombre sin nombre para nosotros. Después un señor con boina y su nieto, emocionadísimo con nuestra presencia, recogen a estos dos guiñapos cubiertos de polvo. Aparecemos en Puerto Guadal. El pueblo es muy bonito pero no hay cajero. Sin dinero, a las 7 de la tarde, sin tienda de campaña y con mucha ilusión… Después de dos horas en una cuneta comiendo cereales a palo seco y a puñados nos para Saúl. Es camionero de forma ocasional para hacer más plata y pagar la universidad de su hija, que ya tiene 15 años. El buen hombre nos lleva hasta Cochrane, donde no teníamos pensado ir pero donde vamos ante la promesa de un cajero. Saúl nos da su teléfono y nos propone varias excursiones, un asado y hasta su casa. Además, en el colmo de la amabilidad, nos ayuda a buscar un lugar donde dormir en Cochrane de puerta en puerta. Al sacar la mochila del camión descubro con horror que lo que transportaba era cemento… La mochila que antes era roja, ahora es gris. Tercer conflicto con el dinero electrónico: el cajero de Cochrane no acepta nuestra tarjeta y estamos a 7 horas por una carretera de ripio del siguiente cajero automático visa. La señora de nuestro alojamiento en Cochrane confía en nosotros. Conseguimos cambiar algunos euros que aparecen por casualidad en una cartera y salimos de allí sin deudas pero sin dinero… Volvemos a la carretera. Cochrane – Coyahique: silencio en la Ruta Austral. Pablo nos para después de 4 horas de espera bajo el sol en un camino polvoriento entonando todos los éxitos de Mocedades. Es fácil enloquecer en determinadas circunstancias. Pablo, como decía, es el médico del pueblo y va a Coyahique porque tiene una reunión. No habla mucho. Sólo cuando le preguntas contesta con monosílabos. Es bastante jovencito y muy peculiar. El paisaje hipnotiza y menos mal… porque la conversación escasea. Después de horas en silencio y de varios monólogos para agradecer el gesto de Pablo, me atrevo a preguntarle si ha ido a España alguna vez. “No, no me interesa”, contesta Pablo. Miro a Iñaki. Se ha dormido. Cierro los ojos y hago lo mismo. Pablo nos deja en Coyahique en silencio y nos desea suerte antes de cerrar la puerta de su camioneta roja. Lo único que sabemos de él es que cuando le entra sueño en esta carretera para y pesca un rato. En Coyahique si hay cajero pero no hay hostel económico. No se puede tener todo en esta vida. Siempre lo dice mi madre. Coyahique – De vuelta en una cuneta. Esta vez tenemos la cartera llena y comida para las esperas. De todo se aprende. Nuestras mochilas descansan contra una señal de tráfico. Esta vez vamos a Puyuhuapi… o esa es la idea hasta que Leti nos para. Leti decide que es mejor que vayamos a Puerto Aysen, que es donde va ella. Tiene 45 años y dice que últimamente está envejeciendo de golpe porque no es feliz. “Estoy pensando en dejar a mi marido. Siempre le he sido fiel. Es militar ¿sabes? y son muy machistas y pasan mucho tiempo fuera de casa y… El caso es que ahora que mis hijos son mayores pienso que… igual es el momento. Le quiero pero no me hace feliz. En el sexo… he llegado a pasar meses y hasta un año sin sexo pero me aguanto. No creo haber sido feliz a su lado. Me quita toda la energía. Me aburre. Dejé mi trabajo y deje de carretear por él. Necesito sentirme viva. Cachai??” Fuma sin parar durante todo el viaje. Después de una hora y media de diatriba, Leti nos deja en un cruce con nuestras mochilas y cara de no entender absolutamente nada. Nos da su teléfono por si queremos volver y nos invita formalmente a su casa. Tras su partida y cinco minutos de absoluta extrañeza y confusión, un bus se detiene justo allí, en medio de la nada. El conductor baja y recoge nuestras mochilas sin mediar palabra. Tardamos en reaccionar: “Disculpe… este bus va a…” “A Puerto Cisne pó… es la fiesta del Pescao Frito”, contesta. Nos miramos. “Si, ahí vamos” ——— Desde un autobús al que nunca imaginé subirme pensé en cada persona que nos había acompañado durante estos últimos días en la carretera. Repasé sus caras y sus historias. Imagine el resto de las historias, las que no conocía. Supe entonces que la carretera era un lugar perfecto para captar microhistorias, microhistorias patagónicas. ——— Puedes seguir las andanzas de Emi Arias e I.L.F en Ser o no Sur

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