Valparaíso es de esos destinos que no necesitas haber estudiado antes para disfrutarlos; al menos yo no lo hice. Con sólo recorrer sus cerros, conocer sus muelles y por sobre todo contemplar sus vistas, se puede concluir que fue un puerto importante, al menos más que ahora. Con el título de Patrimonio de la Humanidad bajo el brazo (el cual venía con muchos dólares) Valparaíso está permanentemente esforzándose para recibir de la mejor manera a sus visitas. Da la impresión de que todavía tiene mucho camino por recorrer (y limpiar), pero de alguna manera cautiva e invita a caminar lento (cómo no, si aquí todas las calles son de subida). Tiene un “no sé qué” que atrae, si no pregúntenle a Pablo Neruda para quien Valparaíso fue uno de sus lugares favoritos. A sólo 90 minutos de la capital Santiago, a orillas del Océano Pacífico, Valparaíso se quedó pegada en el tiempo, pero no como algo negativo. Sus construcciones antiguas, de finas maderas y sus ascensores que uno a uno van dejando de funcionar, son el vestigio del puerto más importante de América del Sur, hoy transformado en refugio de artistas y su bohemia. Buena comida y mucha onda hacen de esta ciudad una verdadera Joya del Pacífico, como humildemente se hace llamar. PD: el 80% de la población vive en alguno de sus 44 cerros. Yo recorrí sólo 2 y me cansé, mucho.