Otros viajeros

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Viajar para re-construir

Paco Gómez Nadal
Un post final para cerrar los artículos que ha escrito Paco Gómez Nadal mostrando esa otra América
Surinam, Guayana
Fotos de: Paco Gómez Nadal
Todo comienza con una desazón. Esa sensación de que anclado en el predio de tu propia vida, hay demasiadas cosas que se escapan de tu comprensión. Así ha sido siempre. El sentimiento de incomodidad provoca un movimiento. Un atisbo de juicio, le diría el comerciante Melchione Baldi al protagonista de El viaje de Baldassare, escrito por Amin Maalouf. “Nunca he sido bastante juicioso como para partir”, se queja Baldi y Baldassare le replica: “Lo bastante loco, querrá decir vuestra merced”. “No, he dicho lo bastante juicioso. Entre los ingredientes que componen la verdadera sensatez, olvidamos a menudo un destello de locura”. Y entonces pienso en esa diferencia que hacía los griegos de lo racional y lo razonable. Lo primero, cálculo mental lógico que mide los riesgos y toma siempre el camino más prudente. Lo segundo, aquel razonamiento que, aunque pueda parecer aventurado, busca lo mejor para quien lo produce. Es decir, que lo razonable, a veces, puede ser abandonar por un tiempo comodidad, clima controlado, amor y ducha caliente y embarcarse en un viaje que no tiene por objeto ver no más, sino comprender, o tratar de comprender este mundo y sus gentes. En el siglo XVI o XVII, incluso en el XIX parecía razonable esta actitud. Numerosos viajeros pavimentaron con sus huellas los caminos por el sólo hecho de conocer, de comprender, de tratar de retratar su tiempo histórico. Eran minoría y eran héroes en tiempos en que viajar era privilegio o condena, pero no costumbre. Hoy viajar se ha vulgarizado. Todo incluido, low cost, cruceros en oferta… la democratización del viaje y de la cámara de fotos ha hecho del viaje un paréntesis retratado, un ir para simplemente volver, casi ninguna afectación, casi ninguna consecuencia. Bauman asegura que “los turistas viajan porque quieren; los vagabundos porque no tienen otra elección soportable”. En medio, los viajeros, los caminantes, condenados a mirar. Probablemente, condenados a contar pero para acercar, no para folclorizar las realidades ajenas.  Imagino que inicié este viaje para retar a mi tiempo. Después de muchos años viviendo ‘lejos’, inicié este viaje desde casa para retomar otro, o más de ese otro que me habita (que nos habita a todos aunque lo ocultemos bajo las cobijas de lo racional). Cómo occidental, hijo de la postmodernidad más gaseosa que líquida, vivo en el tiempo y no en el espacio, pero el viaje a pie te ancla  a la tierra y son los lugares, con todo lo que contienen, los protagonistas. El primer efecto del viaje del caminante es que el tiempo, las horas, los días y las fechas comienzan a difuminarse una vez superada la fase de descompresión, una vez que el ruido de la no vida comienza a ser sustituido por el rumor del acontecer. Cuando uno se deja mecer por ese run run de la pequeña furgoneta en la que atraviesa las Guayanas o cuando entiende que el no tiempo del río Amazonas convierte a sus riberas en un pequeño universo que contradice su kilometraje.. entonces, en ese momento, el lugar es el epicentro y el caminante puede olvidarse también de lo que es para comenzar a estar, a habitar… No he viajado para contarlo, aunque lo haya contado. He viajado para vivir (lo) y escribirlo es una forma de darle su lugar a cada instante del tiempo. Se cierra el círculo. *** ¿Puede un lugar no ser? Claro que sí. Muchas de las personas que nos rodean tampoco son. Existen, técnicamente, tienen cédula de identidad, van a trabajar a diario, comen, tienen sexo, se lavan los dientes menos de lo que debieran y compran cada día pantallas de televisión más grandes y delgadas.. pero no siempre son. Boaventura De Sousa Santos diría que esto es fruto de la política hegemónica de las ausencias: la capacidad del eurocentrismo y del poder de hacernos no-existir. Por tanto, los lugares también pueden vivir en esa suspensión del ser. Esa es mi impresión en Guayana Francesa. Hacía años que quería venir por aquí. Para un hispanohablante la América francófona o anglófona es tan lejana como Bombay. No tememos referentes del Caribe no hispano, ni de Belice, Suriname, Guayana o Guyana Francesa. Países  territorios pequeños, de difícil acceso, de lenguas ajenas. Pero fundamentales para entender la fiebre colonial europea y sus consecuencias. En el caso de Guayana Francesa con un añadido: sigue siendo colonia, aquí se sigue hablando de la metrópoli, un término que uno creía enterrado tras las últimas independencias africanas y asiáticas. Surinam me recordó la potente resistencia afrodescendiente en esta América lacerada, compuesta por poblaciones enteras cosificadas (indígenas y afrodescendientes). Rompo con la dualidad civilización o barbarie, entierro la dicotomía ciencia [occidental] o magia, y me sumerjo en el terreno de lo posible. Países, como Surinam o como Guayana que se sacuden aún el colonialismo reciente. Si las “repúblicas independientes” de América Latina y El Caribe que celebran los bicentenarios aún andan a vueltas con la dependencia, más complicado es en estos dos pequeños países olvidados e independientes formalmente apenas hace unas décadas. Sólo una reflexión final. Europa alguna vez deberá mirarse al espejo y la Unión Europea deberá, entonces, pedir perdón y resarcir. No sólo a los pueblos de Centroamérica, Suramérica y El Caribe, pero en mi caso pongo el dedo en esta yaga, no en otras. Los genocidios y la tecnificación de la muerte no fueron un invento de la Alemania nazi. Como explicara Aimé Césaire desde Martinica, los nazis sólo aplicaron a la propia Europa las estrategias de dolor y muerte que ésta llevaba siglos practicando en las Américas. Algún día… algún día pondremos en orden las emociones y reescribiremos la historia. Entre todos y todas. Paco Gómez Nadal/ Otramerica

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