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Macario

Macario

Roberto Gavaldón

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31/10/2016. Proyección de la película mexicana Macario, de Roberto Gavaldón, en el marco de la celebración del Día de los Muertos. La presentación estuvo a cargo de Flora Mora Aymerich. Casa de América, en colaboración con UNAM-España y Filmoteca UNAM de México, presenta esta película que estuvo nominada, en 1960, a la Palma de Oro del Festival de Cannes y al premio Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa.  México, 1960 / 91 (+12). Dirección: Roberto Gavaldón. Intérpretes: Ignacio López Tarso, Pina Pellicer, Enrique Lucero, Mario Alberto Rodríguez, José Gálvez, José Luis Jiménez, Eduardo Fajardo, Consuelo Frank. Sinopsis: Macario, un aldeano sumamente pobre que tiene esposa y varios hijos, se dedica a vender leña en el pueblo. Harto de una vida de privaciones y apuros, manifiesta que su mayor anhelo es poder comerse él solo un pavo, sin tener que compartirlo con nadie. Su esposa, confidente de tan profundo deseo, un día roba uno de la granja de una familia rica. Cuando Macario se dispone a comérselo, Dios, el Diablo y la Muerte se le aparecen para pedirle que lo comparta. Solamente le da a la Muerte y ésta a cambio le entrega una botella de agua que cura cualquier enfermedad. Pronto gana mucho más dinero que el doctor del pueblo, pero también llama la atención de la temida Santa Inquisición.

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Dirección: Roberto Gavaldón. Producción: Clasa Films Mundiales. Productor ejecutivo: José Luis de Celis. Productor: Armando Oribe Alba. Guión: Roberto Gavaldón, Emilio Carballido. Fotografía: Gabriel Figueroa. Dirección de arte: Manuel Fontanals. Montaje: Gloria Schoemann. Sonido: Teódulo Bustos. Música: Raúl Lavista. Intérpretes: Ignacio López Tarso, Pina Pellicer, Enrique Lucero, Mario Alberto Rodríguez, José Gálvez, José Luis Jiménez, Eduardo Fajardo, Consuelo Frank.
Roberto Gavaldón representa uno de los casos más extraordinarios de apreciación ambivalente que haya registrado la historia del cine mexicano. Sus admiradores destacan la refinada calidad de sus imágenes, su impecable manejo de la cámara y su inclinación hacia temáticas oscuras y personajes atormentados. Las mismas características han sido señaladas como defectos por sus críticos, quienes consideran a Gavaldón como un cineasta académico, frío y hasta narcisista, técnicamente correcto pero carente de autenticidad. Esta valoración contrastante, y una mayor atención dirigida hacia la obra de otros directores de la época de oro –como Emilio Fernández, Ismael Rodríguez o Julio Bracho- contribuyeron al injusto menosprecio del que fue objeto la filmografía gavaldoniana durante décadas. El rescate crítico de la obra de Gavaldón es un acontecimiento reciente. Nacido poco antes de estallar la Revolución, Roberto Gavaldón vivió sus primeros años en constante movimiento. Su familia se estableció en la ciudad de México en 1919, tras pasar algunos años en Torreón, Coahuila. Aunque existen pocos registros -y múltiples versiones- de sus actividades juveniles, la mayoría de sus biógrafos afirma que el acercamiento entre Gavaldón y el cine se produjo en Los Ángeles, ciudad a la que viajó en 1926 para estudiar mecánica dental. Se desconocen la manera en que Gavaldón entró en contacto con el ambiente fílmico hollywoodense y los trabajos que llevó a cabo en la meca del cine. Algunas versiones señalan que, al igual que Alejandro Galindo, Gavaldón trabajó al lado del director Gregory La Cava. Sus inicios en el cine mexicano como actor y asistente de dirección parecen confirmar la versión de que ejerció alguna o ambas de estas actividades durante su estancia en Hollywood. Independientemente de su experiencia hollywoodense, Roberto Gavaldón se labró un sólido prestigio como asistente de prácticamente todos los directores del primer cine sonoro mexicano. Al regresar a México en 1932, Gavaldón entró en contacto con el productor Alfonso Sánchez Tello, quien lo invitó a participar en el rodaje de Almas encontradas de Raphael J. Sevilla. Dos años después, el futuro cineasta asistió a Gabriel Soria en su primera cinta como director, Chucho el roto (1934). Una década más tarde y con más de cincuenta películas como asistente o codirector, Roberto Gavaldón estaba más que preparado para dirigir su primer largometraje. Su debut como director fue uno de los más célebres de su tiempo. La barraca (1944), adaptación de una popular novela del español Vicente Blasco Ibáñez, fue elogiada por su fiel y meticulosa ambientación de la vida rural valenciana del siglo diecinueve. Con esta cinta, Gavaldón obtuvo diez premios Ariel, incluyendo los correspondientes a mejor película y mejor director, en la primera ceremonia de entrega de estos reconocimientos. Durante la época de oro, Roberto Gavaldón fue reconocido por sus cualidades técnicas y artísticas. Su costumbre de repetir las tomas hasta lograr el efecto o matiz de actuación que deseaba le acarreó fama de obsesivo y perfeccionista. De carácter seco y autoritario, Gavaldón imponía un estricto código de comportamiento en los sets de filmación, razón por la que algunos técnicos y actores se referían a él con el descriptivo apodo de "El Ogro". Sin embargo, las antipatías que despertaba su carácter se compensaban con la admiración y el respeto hacia su trabajo. El cine de Gavaldón era sinónimo de calidad y trabajar con él se consideraba un verdadero honor.
Flora Mora Aymerich es licenciada en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente cursa el Doctorado en Historia y Artes en la Universidad de Granada investigando la cultura de la muerte y su representación en el cine mexicano. Ha sido invitada a dar conferencias en la Universidad de Granada y en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Además, ha participado en distintos proyectos con instituciones mexicanas como ADABI, la Universidad Autónoma de Hidalgo y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).  
"La película, realizada sobre soporte de nitrato de celulosa, logra transmitir el esteticismo de la fotografía en blanco y negro de Gabriel Figueroa. Los cinco rollos de la copia positiva compuesta, que salvaguarda la Filmoteca de la UNAM, fueron revisados minuciosamente, fotograma por fotograma, en su Taller de Rescate y Restauración para luego seguir con el proceso de limpieza ultrasónica en una máquina Lipsner. Cada uno de sus más de cien mil (100.000) fotogramas fue escaneado a una resolución 2K en equipo de última generación Laser Graphics. En el Laboratorio Cinematográfico Digital se hizo la corrección de color y estabilización de la gama de blancos y negros, para darle continuidad a cada una de las escenas del film utilizando el software DaVinci Resolve. La copia que el espectador verá le permitirá apreciar la gran profundidad de campo de un cinefotógrafo como Figueroa, que hizo una gran mancuerna con el director Roberto Gavaldón para traernos a la pantalla este mítico cuento de B. Traven acerca del significado y valoración de la muerte”.

Álbino Álvarez Subdirector de Rescate y Restauración Filmoteca UNAM - México

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