actualidad

cabecera generica

Gabriela Mistral, ¿modelo feminista?

Imagino a Gabriela Mistral sentada en una banqueta, “afirmada en un pedazo de cielo” o “una masa de árboles”, con un bloc de notas en sus rodillas, mientras escribe su “Desolación”, testimonio de un amor roto por la tragedia; y poemario en que se perfilan además los temas que serán constantes en sus demás libros. Al terminar, alza su cabeza y se excusa diciendo: “Dios me perdone este libro amargo, y los hombres que sienten la vida como dulzura, me lo perdonen también.” Y más adelante, se promete a sí misma y a sus lectores cantar “las palabras de la esperanza, sin volver a mirar mi corazón”. Cantar “como lo quiso un Dios misericordioso, para consolar a los hombres”.

En lo adelante, Mistral sólo daría a luz poemas luminosos, cargados de un profundo humanismo, que tendrían siempre como protagonistas a aquellos que consideró más débiles y menos representados: las mujeres pobres, sin acceso a la educación, niños de piecesitos azulados por el frío, obreros oprimidos por sus patrones, pueblos latinoamericanos asaltados por el imperialismo. A ellos cantaría en lo adelante, a su desamparo elevaría su voz y la haría resonar por todo el mundo.

A través de sus versos muchos de sus estudiosos y admiradores han querido encontrar los sesgos de un movimiento feminista que no es sino hacia 1930 cuando comienza a perfilarse en Chile, con la integración de la mujer chilena a los trabajos fuera del hogar y a las fábricas. Pero ¿puede decirse acaso que la maestra andina que cantó a la maternidad, a las tribulaciones, a la cotidiana sumisión de las mujeres, se constituyó en un modelo feminista?

Gabriela Mistral pertenece a una primera generación poética que junto a otras autoras como Alfonsina Storni y Juana de Ibarborou que, antes de inaugurar una verdadera literatura feminista en la región, registran en sus poemas los problemas vitales de colectivo femenino en el ámbito social, espiritual, psicológico y estético, según sostiene la autora Adelaida Martínez, en su ensayo “Feminismo y Literatura en Latinoamérica”.

Al igual que sus contemporáneas, puede afirmarse que la escritora encarnó en sí misma una especie de modelo atípico al emprender una vida itinerante y con ello, abandonar el papel de mujer ideal que cuida de su esposo y sus hijos (unos hijos que nunca tuvo, si exceptuamos la crianza de su sobrino).

Sin embargo, leyendo entre sus poemas y ensayos, no encontraremos nunca una defensa a ese modus vivendi que sólo sirvió a la autora para promover aquellas cosas en las que sí creía, sino al contrario, un reconocimiento a la vida sumisa y abnegada de la mujer chilena, de la mujer latinoamericana, que confinada a su hogar se dedica a la noblísima tarea de criar a sus hijos.

Pero también reflejó a través de su poesía las aflicciones, la pérdida del amor, la frustración y los límites de su sexo, aquellas cosas que impedían a la mujer acceder a una vida más equitativa, no en términos laborales, sino en términos humanos. A través de sus letras solicitó para ellas el acceso al vital derecho de la educación, que las elevaría de ser “bestias” a colocarse en posiciones sociales que correspondieran con su capacidad y talento.

Como afirmara la preclara escritora en su ensayo La instrucción de la mujer, escrito en 1906. “Instrúyase a la mujer; que no hay nada en ella que le haga ser colocada en un lugar más bajo que el del hombre. Que lleve una dignidad más al corazón por la vida: la dignidad de la ilustración. Que algo más que la virtud le haga acreedora al respeto, a la admiración, al amor. Tendréis en el bello sexo instruido, menos miserables, menos fanáticas y menos mujeres nulas... Que pueda llegar a valerse por sí sola y deje de ser aquella creatura que agoniza y miseria si el padre, el esposo o el hijo no la amparan. ¡Más porvenir para la mujer, más ayuda! Búsquese todos los medios para que pueda vivir sin mendigar protección”.

Su sensible espíritu no le permitió aspirar nunca para sus iguales la inserción a un mercado laboral duro e inhumano. Más bien se preocupó por la suerte de las mujeres obreras que empleadas en trabajos forzosos, merecían más bien el acceso “a trabajo dulce, trabajo decoroso, trabajo en relación con su cuerpo débil y su alma limpia, que no debe encanallarse en fábricas”, según sus propias respuestas a quienes le acusaban de antifeminista.

Gabriela Mistral escribió ciertamente con una perspectiva emancipadora para la mujer, pero no a través de un empleo o una posición que les otorgara poder económico o político, sino a través de una educación inclusiva que les elevara de categoría moral, y por ende, social. Si nombramos esa postura como “feminista”, entonces debemos entender y medir ese “feminismo” en su contexto histórico y social. Pero siendo más exactos, podríamos afirmar que más que eso, Mistral practicó una literatura femenina que de una manera u otra ayudaron a la liberación de la mujer latinoamericana.

La mujer madre, la mujer poeta, la mujer amada y la amante, la mujer trabajadora, todas ellas encontraron su expresión en un discurso auténticamente femenino, abordado de una manera humana y personalísima que le hizo gozar de la admiración y el respeto de todas las mujeres de su época.

Sobre Gabriela Mistral escribe Pablo Neruda: “¿Cuáles fueron las mejores sustancias en el horno de sus trabajos? ¿Cuál fue el ingrediente secreto de su siempre dolorosa poesía? Yo no voy a averiguarlo y con seguridad no lograría saberlo y, si lo supiera, no voy a decirlo”.

Y en ese sentido, asumo la misma posición de Neruda y propongo acercarnos a la obra de la escritora chilena tal como se merece: con un abordaje libre de categorizaciones y etiquetas que no imponga la búsqueda de una visión feminista o antifeminista por ser su literatura aún más trascendente, que comprende un conocimiento de la vida, y sobre todo del amor, en su concepto más abarcador, universal y totalitario.

© Casa de América, 2024