



























Es tranquilo, lindos paisajes, gente simpática, rica comida, días con mucha lluvia, días con mucho sol. Chiloé está a 1.200 kms de Santiago hacia el sur y no hay vuelos directo (por ahora). Es un viaje largo, pero que vale la pena hacer. Yo lo he hecho cinco veces y lo seguiré haciendo. Siempre se pueden descubrir nuevas cosas.
Chiloé tiene un carácter propio. Sus habitantes son los “chilotes”, sus casas “palafitos” y su plato típico es el “curanto”. Todo en Chiloé, o casi todo, tiene relación con el mar. Se construyen botes, se pesca, se cultivan mariscos, se navega. Pero tierra adentro también pasan cosas. De hecho 16 de las más de 80 iglesias de Chiloé son Patrimonio de la Humanidad, ¿por qué? Porque son únicas. Son de madera, tienen más de 100 años y son lindas, bien hechas y grandes. Eso en palabras simples. Me sorprendí mucho cuando supe que no usaban clavos en su construcción (ni tornillos por supuesto).
Su gente es especial, su geografía es especial, aquí todo es especial y diferente al resto de Chile. Eso tiene una explicación. Chiloé es una isla, sí una isla, la isla más grande de Chile, para cruzar a ella hay que hacerlo en transbordador, 30 minutos navegando por el Canal de Chacao. Y la Isla Grande de Chiloé no está sola, sino que la rodea decenas de pequeñas islas más. Todas habitadas y con historias para contar.
Si no te gusta el agua, no vayas a Chiloé. Si quieres disfrutar con gente amable y cariñosa, en un paisaje de verdes lomas, frescos pescados, una arquitectura única y conocer sobre los mitos y leyendas que rodean a este conjunto de islas, sólo tienes que embarcarte, (literalmente) y dejarte empapar (también literalmente) por esta rica isla. Yo ya estoy organizando mi sexto viaje.