Otros viajeros

0

Los Santos Reyes Magos de Cajititlán

Alfonso Suárez Pecero
"A los tres se les venera en un templo precedido de un gran atrio, que recibe a los fieles que llegan de todas partes, muchos de los cuales lo cruzan de rodillas."
Jalisco, México
Fotos de: Alfonso Suárez Pecero
Son los tres santos reyes viajeros. San Gaspar, San Melchor y San Baltasar. Santos no tanto por magos, sino de lo milagrosos que son. Y no porque lo diga la Iglesia, sino por licencia expresa de sus devotos, quienes, como ocurre en todo el orbe mestizo, merodean por los límites afilados de la ortodoxia. Los tres, sin jerarquías, aunque para las lides domésticas se prefiera al negro, son los patrones de Cajititlán, un pequeño pueblo ubicado en el municipio de Tlajomulco (Jalisco), donde se encuentra uno de los santuarios más importantes del México católico. Los que una vez fueron adoradores, ahora son adorados por quienes los han erigido como santos protectores del pueblo –es probable que el origen de esta devoción sea un ejercicio más del sincretismo organizado a manos de los evangelizadores en una zona de evidentísima raigambre indígena. Tras la posibilidad se encuentra la extrañeza del caso. Extraño porque no hay muchas localidades donde se hayan convertido en patronos; extraño porque ni siquiera tienen un marcado protagonismo durante la Navidad mexicana, pues es el Niño Dios el encargado de los regalos. A los tres se les venera en un templo precedido de un gran atrio, que recibe a los fieles que llegan de todas partes, muchos de los cuales lo cruzan de rodillas. Así es como deben seguir avanzando a lo largo de las naves interiores, incluso durante la celebración de la liturgia, a pesar de que en la lona clavada a la entrada se ordena bien claro: “Por favor, no entren de rodillas durante la misa”. Los tres generan gran fervor, puesto que son los mediadores entre el intocable único Dios y la multitud de mandantes, que luego agradecen las mercedes concedidas con veladoras, exvotos menudos y cartelas plagadas de reconocimientos. Sobre la portada de acceso de la fachada principal de este templo llama la atención la presencia de un único rey, un Melchor al interior de una hornacina. También un ojo de buey lobulado, enmarcado en la cara interior del muro con un recuadro, cuyas esquinas destacan por tener representadas en relieve parejas de mazorcas, guiño mesoamericano que elude las consabidas hojas de vid usuales de los templos mediterráneos. El espacio sagrado está dividido por arcos fajones y formeros que generan tramos de bóvedas de aristas. Por el abovedamiento del ábside se extienden unos nervios de cantera ornamentados con angelitos que portan instrumentos musicales. El retablo principal está dedicado a los tres Reyes Magos, cuyas tallas policromadas fueron realizadas con madera de mezquite a finales del siglo XVI. Las fiestas que conmemoran a los santos magos tienen lugar en la primera quincena de enero. Y de una de las múltiples celebraciones que se les dedican, toman el epíteto de viajeros. Viajeros porque el día 7 se les pasea –no a los del retablo, sino a otros tres expuestos en una nave contigua al templo– en sendas canoas por la laguna de Cajititlán, para que puedan bendecir sus aguas. Este acontecimiento es importante; tanto que el culto a los reyes magos está intrínsecamente unido con la suerte de esta zona lacustre, por la que han intercedido atrayendo tempestades que la han aliviado de la sequía. En Cajititlán no hace falta que sea día 6 de enero para que uno se acuerde de los tres reyes magos. Todos los días son su día –lo cual haría la delicia de los niños de otras latitudes. Basta con ir al templo y mirar al frente o basta con mirar a la laguna para darse cuenta que los santos magos siguen estando presentes, detrás del orden, por delante del orden, sustentando la memoria, sustentando la vida; ahora, siempre. 

© Casa de América, 2024