Sobrevolando medio país hacia el sur, llego a Punta Arenas, la capital de la Patagonia Chilena. Ya llevo unos días en el país y me he podido percatar de la extrema amabilidad de sus habitantes, de su trato tan cordial y familiar, y me siento en casa, acogida, cuidada. Y Punta Arenas se encarga de hacer lo mismo, recibiéndome con un cielo azul y un día espectacular, nada que ver con el frio polar que me esperaba encontrar, al haberme arriesgado a ir tan al sur justo en la temporada supuestamente más fría del año. ‘Allí termina todo y no termina: allí comienza todo: se despiden los ríos en el hielo, el aire se ha casado con la nieve…’ P. Neruda, Piedras antárticas He estado recorriendo unos 250 kilómetros en autobús, desde Punta Arenas hacia el norte, a través de una estepa casi desierta, sin otra forma de vida que unos pequeños arbustos de vez en cuando, y unas cuantas ovejas, sobrinas de las que trajeron desde Europa y que tan bien se han adaptado al clima a menudo hostil de ese sur del mundo. Tan protegidas por sus propias lanas, no pueden hacer otra cosa que disfrutar de esa infinita paz que las rodea por todos lados… las entiendo. Llego a Puerto Natales que ya es de noche, y la mañana siguiente me regala unas vistas impresionantes a las aguas del Canal Señoret y a sus elegantes habitantes rosas… ‘El alto vuelo sigo con mis manos: honor del cielo, el pájaro atraviesa la transparencia, sin manchar el día. … Por eso yo profeso la claridad que nunca se detuvo y aprendí de las aves la sedienta esperanza, la certidumbre y la verdad del vuelo…’ P. Neruda, El vuelo