Otros viajeros

Un recorrido por las playas y pueblos aragüeños.
Aragua, Venezuela.
Fotos de: Adriana C. Briceño
  Si visitas Venezuela, Aragua es un destino estupendo.  Es una región que  presume de combinar el ritmo acelerado de la ciudad con la tranquilidad imperturbable de unas montañas inmensas que decoran su zona norte.  A poco más de 40 kilómetros de Maracay –capital del Estado- se ubica la costa, territorio de playas caribeñas, siendo Cata y Choroní dos de las más populares entre los turistas, incluso esta última, es referencia entre los visitantes extranjeros. La última vez que visité Venezuela, tenía que incluir las playas aragüeñas.  Guardo buenos recuerdos de la infancia y adolescencia, sobre todo de Cata, así que no quería dejarlas fuera de la agenda.  Entre tantos lugares hermosos tuvimos que escoger y la decisión final fue visitar Cata y la Ciénaga de Ocumare. Hacer el camino para llegar a las playas y pueblos es una gran experiencia.  Ciudad y costa están separadas por el majestuoso Parque Nacional Henri Pittier, llamado así en honor al botánico suizo que se internó en sus profundidades a principios del siglo pasado para clasificar miles de las plantas que habitan el lugar.  Si se viaja en vehículo propio, recomiendo parar un rato a respirar aire puro y beber agua de los pequeños manantiales que se pueden ver a lo largo de la carretera.  La vegetación es impresionante, con árboles tan altos que en muchos casos es imposible ver sus copas.  Son más de 100.000 hectáreas  de selva nublada que siguen fascinando a quienes visitan las playas de Aragua.  Poco a poco comienzan a avistarse caseríos y a partir de allí, el trayecto, aunque distinto, es muy peculiar.  De nuevo recomiendo parar a disfrutar del paisaje, pues hay ciertos tramos en los que a un lado de la carretera encuentras puestos de comida típica y al otro, el río de La Trilla, que acompaña a los viajeros durante unos cuantos  kilómetros más. Luego de pasar varios pueblos se llega a Cata, una bahía que reúne las características imprescindibles para disfrutar un día de playa ideal: palmeras que brindan sombra, agua tibia, arena fina… solo con llevar una toalla sería suficiente.  Sin embargo, los lugareños no se olvidan de las comodidades que requieren muchos turistas, así que también se puede contratar servicio de restaurante y alquiler de toldos y sillas.  Te hacen sentir como en casa, cocinan cada plato como si fuera para ellos mismos.  No es raro que se acerquen a dar conversación amena o que te ofrezcan agua fresca de algún coco que acaban de partir. Dando un paseo por la orilla puedes llegar hasta el final de la playa, donde hay un riachuelo; un sitio perfecto para desconectar.  Incluso, si estás con ánimo de caminata,  puedes ir a Catica, una pequeña playa que está justo al lado, a la que se va caminando por un pequeño camino que bordea la montaña; la otra manera es ir en lancha.  Y ese es otro punto a favor que tiene Cata, diariamente hay salidas en lanchas a playas cercanas a las que solo se puede llegar por vía marítima. Finalmente llegó la noche y nos despedimos de Cata, al día siguiente, bien temprano, teníamos que estar listos para disfrutar un día más de la costa de Aragua, esta vez en la Ciénaga. 

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