Otros viajeros

0

Ciudad de México y otras inmensidades aledañas

Roberto
Prosigue el viaje y el blog viajero llega a la capital
Ciudad de México
Fotos de: Roberto

Llegamos a Ciudad de México con el amanecer. Por fuera de la terminal se encontraba una de las ciudades más grandes del mundo pero ya dentro de ella había muchísimo movimiento. Nos pusimos en la fila de fichas para el taxi y tomamos uno hasta nuestro hotelito, a tres cuadras del Zócalo, la imponente plaza central. Alejandra y yo dejamos nuestras cosas en el hotel y sin pensarlo nos fuimos a desayunar en la Casa de los Azulejos, en la peatonal Francisco Madero, enfrente de la Torre Latinoamericana, que con sus más de 180 metros pudo durante muchos años presumir de ser el edificio más alto de Latinoamérica. La Casa de los Azulejos perteneció a los Condes del Valle de Orizaba durante la época colonial y dice la leyenda que debe su aspecto a uno de los descendientes, que quiso demostrar a su padre su capacidad de trabajo cubriendo el palacio con azulejos. Ahora es del grupo Sanborns y se pueden comer unos chilaquiles en su agradable patio, rodeado por murales. La temperatura en el DF es muy suave, incluso llega a hacer algo de frío por la noche, pero los escalofríos que me entraron según callejeábamos hasta el Zócalo no eran normales. Parecía que la venganza de Moctezuma comenzaba a hacerse realidad, y con razón, pues en Guadalajara había cedido ante todas las exquisiteces mexicanas que se cruzaron con mi mirada. En el Zócalo todo es grande, allí están, entre otras cosas, la catedral Metropolitana, el Palacio Nacional y entre ambos el museo del Templo Mayor en una esquina, que sería lo primero que visitaríamos tras cruzar toda la plaza entre electricistas que se manifestaban contra el gobierno, con caricaturas y frases poco simpáticas sobre el presidente Calderón. Entre ruinas mexicas de la antigua ciudad de Tenochtitlán pude sentir a Moctezuma con más fuerza, y tras visitar el baño del museo perdí a mi amiga Alejandra, mi móvil no funcionaba y salí a comprar una tarjeta de teléfono pero las cabinas estaban sin servicio en ese momento. Entre vendedores ambulantes, disfraces de indios y muchos turistas entré y salí varias veces del museo. Al final me senté en un banco y a base de esperar se solucionó todo. Entramos en la catedral, visitamos una farmacia, comimos y de ahí a la cama, desde donde iba a perder un trocito de mi estancia de cinco días sin salir del hotel. Cuando empecé a salir del hotel aprendí mucho sobre los baños públicos, si bien los de Sanborns eran los mejores y los localizaba inmediatamente, en otros no tan buenos me regalaban un trocito de papel pagando dos o tres pesos, como en el de la Alameda Central junto al Palacio de Bellas Artes. Estábamos al lado del paseo de la Reforma, uno de los ejes más importantes de la ciudad, así que nos animamos a recorrer una parte de él. Se trata de un bulevar muy francés y acaudalado que se inicia en el bosque de Chapultepec y su castillo, residencia del emperador Maximiliano I, quien mandó construir la avenida. Aunque dominan los edificios altos todavía quedan algunos palacetes de la época que junto con la gran cantidad de árboles pueden apantallar el caótico tráfico en algunas partes y crear un ambiente más acogedor. Pero no precisamente en el cruce con la calle Río Tíber, donde está la rotonda con El Ángel, monumento a la Independencia, y que un grupo de budistas encontró adecuado para meditar y protestar así contra el régimen chino en ese momento. Muy cerca de allí está el barrio acomodado de Condesa, una zona con buenos bares donde quedamos con unos amigos mexicanos para tomar, menos yo, unos mezcales. Ya que ellos tenían coche, decidimos que al día siguiente podríamos aprovechar para conocer Teotihuacán, ciudad de los dioses, a unos 40 km en el estado de México. Teotihuacán es una ciudad inmensa que decayó en el siglo VII y que todavía es un misterio, poco se sabe de sus pobladores o incluso de su nombre original. Cerca de la entrada está la pirámide de la Serpiente Emplumada en la Ciudadela y más allá, recorriendo bajo el sol abrasador la calzada de los muertos, se alza la pirámide del Sol, que nos decidimos a escalar. Arriba nos transportamos a un lugar asombroso, el tiempo se para ante una de las mejores vistas de todo mi viaje. Sin embargo, a los dioses teotihuacanos no les gustó tanto que me atreviera a subir allí y en lo que tardé en volver a la vida real apareció una tormenta de la nada que empezaba a cubrir ya la pirámide de la Luna (muy parecida a la del Sol) y venía volando hacia aquí. Nunca estuve tan empapado como aquel día. Y no me podía ir del DF sin visitar Xochimilco, campo cultivado. Como Teotihuacán y el centro histórico de Ciudad de México, también es Patrimonio de la Humanidad, en su caso la zona de  las chinampas, el método de agricultura en los lagos del Valle de México, y los monumentos históricos. Aunque llueva se puede disfrutar de una comida a bordo de una de las coloridas trajineras por los canales, de gran valor ecológico. Importante es también en Xochimilco el museo Dolores Olmedo, esencial para saber más de Frida Kahlo y Diego Rivera, una preciosa casona en cuyos jardines juegan varios xoloitzcuintles, unos perros casi sin pelo. La última noche cenamos en Coyoacán, una zona muy bonita del centro del DF que acoge la casa de Frida. De allí volvimos en coche al hotel, no sin experimentar la mordida (soborno) de la policía, cierta inseguridad inherente a la noche y esquivar mariachis cerca de la plaza Garibaldi que intentan por todos los medios que los contratemos. Al día siguiente volaríamos a Chiapas, dejando atrás una ciudad desordenada que lo tiene todo, un caos compuesto a su vez por muchos sitios acogedores.

© Casa de América, 2024