Otros viajeros

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El diablo huyó de aquí

Paco Gómez Nadal
Bienvenidos a una de las prisiones más terribles del mundo
Islas de la Salvación
Fotos de: Paco Gómez Nadal
Saint Laurent-du-Maroní fue ciudad prisión hasta 1949 y las Islas de la Salvación el peor destino para cualquier ladronzuelo u opositor político del poder en Francia. Caminar por sus restos es estremecerse por el horror humano inflingido en medio del paraíso. Les aseguro que si no supiera donde voy me sentiría feliz, camino a unas islas paradisíacas, bañador en ristre y buen humor dispuesto. Pero he leído demasiado y saber –a veces- no consuela. Las Islas de la Salvación se llaman así porque fue el único lugar de refugio de los primeros colonos franceses. París se empeñaba en enviar contingentes que solían perecer como consecuencia de la malaria, de las duras condiciones climáticas o de la desigual batalla contra la selva. En las Islas de la Salvación se refugiaban los pocos que lograban huir de tierra continental. Pero estamos hablando del siglo XVII y XVIII, porque después, desde 1852 a 1946, estas islas se convirtieron en una de las cárceles más crueles que se recuerden.   La mayoría conoce algo de la Isla del Diablo (aunque el archipiélago se completa con la Isla Real y la Isla de San José) por el libro y la película Papillón, la dudosa historia de Henri Charriere, uno de los presos, que parece haber sido robada a otros compañeros de reclusión. Hoy acompaño a un grupo de turistas, en un catamarán cuyo capitán, Fabrice, me cuenta que él se sigue estremeciendo cuando pisa las islas. Es así. En la Isla Real, la más grande, se conservan en bastante buen estado los restos de la administración del penal y de las celdas. El complejo ha sido reciclado al turismo, con hotel y zona de camping, pero es difícil aislarse de la historia y del silencio que dejaron acá os casi 80.000 deportados por Francia a estas tierras en aplicación de la Ley de Destierro aprobada por Napoleón III para librarse de sus opositores. No es igual en San José. La isla, destinada en buena parte a asuntos militares, cuenta con el único cementerio de adultos del complejo (destinado solamente a los hombres libres) y con los restos del complejo de galerías de los presos conocidos como “incos” (incorregibles). Celdas todas de castigo, con rejas por techo (para vigilar 24 horas a estos hombres), de no más de 2 metros y medio por dos metros, donde los presos tenían prohibido hablar. Si se portaban mal, había algo peor: la conocida como “guillotina seca”, un hueco sin luz ni ventilación donde personajes como Renè Belbenoit pasaban hasta 11 meses muriéndose en vida. La visita merece la pena, el dolor merece el recuerdo. No hay ni una sola placa en memoria de este desastre humano, ni un signo de arrepentimiento, y en el pequeño museo instalado en la casa del Director del penal (en la Isla Real) se cuenta la historia con un toque anecdótico que a mi me molesta. Unos días después llego a Saint Laurent-du-Maroní y allá se puede sentir más fuerte aún el contraste entre los durísimos pabellones para los presos (que llegaban acá incluso por tres delitos de robo común sin agresión) y las espectaculares construcciones coloniales desde donde los franceses manejaban esta colonia para revoltosos. A Guayana Francesa mandaron presos comunes, independentistas de Argelia o Indochina y a famosos deportados políticos (como Alfred Dreyfus o Charles Delescluse). Pocos salieron con vida. Los que escaparon se cuentan sólo por unas decenas. Los que terminaban su condena debían pasar un tiempo equivalente en Guayana Francesa como hombres semi libres, ya que Francia seguía teniendo problemas para colonizar el territorio. Paco Gómez Nadal (1971, Murcia)
Periodista y activista de Derechos Humanos, lleva 15 de sus 20 años de carrera caminando por América Latina y El Caribe. Ahora coordina el portal Otramerica y colabora con medios de ambos lados del Atlántico.
 

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