Otros viajeros

0

Tegucigalpa - La Ceiba: de camino al Caribe

Roberto
El blog viajero llega a Honduras de la mano de Roberto
La Ceiba/ Tegucigalpa/ Honduras
Fotos de: Roberto

Llegué en autobús desde México. A Tegucigalpa se llega desde arriba, desde las montañas, donde se empieza a entender el origen del nombre de Honduras. Mi amigo Ignacio, también de España, me esperaba en la estación, en Comayagüela, entre 5 y 6 avenida, calle 16, de la Iglesia El Calvario cuadra y media abajo. Una dirección muy caótica, pensé, sin saber que esa era la forma habitual de orientarse en Honduras. Para poco más que tomar unas cervezas, probar la famosa sopa de caracol, los curiles y para desayunar una semita o una baleada me dio tiempo antes de partir en autobús hacia La Ceiba desde la estación Cristina. Entre las obras de ampliación de la carretera y un camión de grano volcado fueron casi ocho horas para recorrer 400 kilómetros, un viaje por montañas, lagos, palmeras y plataneras que ya nos aseguraba un destino turístico poco explotado. Justo antes de llegar y tras una parada en Tela, pasamos junto al aeropuerto internacional Golosón, con algún que otro vuelo a Miami y Canadá pero especialmente dedicado a vuelos a Tegucigalpa, San Pedro Sula y Roatán, la mayor de las Islas de la Bahía. Salimos de la estación y nos enfrentamos al calor y la humedad de la tercera ciudad del país, con 180.000 de los 8 millones de habitantes de Honduras. Nuestros instintos nos hacen caminar hacia la playa, una playa kilométrica con un paseo en el que se reúnen familias para comer, celebrar cumpleaños o simplemente pasar el tiempo. Estamos en la acera y nos sobrepasan varios coches tocando la bocina al tiempo que disminuyen su velocidad, y es que llamamos la atención y creen que pueden hacer negocio de taxi con nosotros. Pero la verdad es que no tenemos ningún sitio adonde ir. Tras preguntar sobre posibles lugares para pasar la noche encontramos un edificio en el que nos alquilan una habitación por muy pocos lempiras, no es muy lujoso precisamente pero lo aceptamos con mucho gusto. Justo delante está el bar del “hotel”, de madera y bajo un enorme árbol que nos separa de la playa y de la puesta de sol que ya se acerca. Tomamos algo en el bar dejando atrás cualquier preocupación europea, sin nada más que sonreír con todo el Caribe ante nosotros. Hay un dicho que dice: "Tegucigalpa piensa, San Pedro trabaja y La Ceiba se divierte". Y lo cierto es que de noche es difícil no encontrar una fiesta en La Ceiba, especialmente en la Zona Viva. Tras sacar dinero en el centro comercial (otro punto neurálgico de la ciudad) atravesamos ingenuamente el peligroso barrio inglés, según sabríamos más tarde, y cenamos junto a la playa, siempre platos grandísimos de varios colores, muy caribeños. No deja de llover, pues es habitual una tormenta cada tarde durante el verano. De mano de algunos hondureños acabamos entrando en Hibou, un famoso bar y macrodiscoteca al lado de una gran ceiba, no sin antes ver cómo alguno de ellos aprovechan para comer un par de huevos de tortuga que un señor ofrece por la inmediaciones, tan apreciados por sus supuestas cualidades afrodisíacas. Mientras nos cachean y comprueban que no llevamos pantalones cortos para cumplir con el código de vestimenta observamos la facilidad con la que las mujeres entran al lugar, mujeres que luego veremos bailar algo más sensual de lo que estamos acostumbrados. El reggaeton y la música en español dominan la pista. Uno de estos hondureños es un expolicía veinteañero que nos explica los peligros que también encierra la noche ceibeña, es zona de arreglos de cuentas de muchos narcos, de hecho, él mismo fue expulsado del cuerpo por haber mantenido una relación con uno, ya fallecido. Por otro lado, una mujer nos pregunta con curiosidad por Tegucigalpa, pues nunca ha estado allí, y otro chico nos habla de otra discoteca a la que se iba ahora: Manhattan. Nuestro policía nos cuenta que es un sitio oculto en una sexta o séptima planta de un hotel, muy exclusivo y famoso entre los narcos. Gracias a nuestros contactos conseguimos volver sin pagar a nuestro hotel, donde caemos redondos hasta la mañana siguiente.

© Casa de América, 2024