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Trópico de Capricornio: 23º 26´ 16" S 46° 38' 09" O

Bernardo Gutiérrez
El corazón de São Paulo es fiel y a la vez contradice la descripción que en su día hizo Henry Miller del lugar
São Paulo
Fotos de: Bernardo Gutiérrez
En el Trópico de Capricornio que inventó Henry Miller en su sillón de hielo había “botones de cuello, pirulíes, retretes grasientos, pastillas de menta, bolas de billar”. En el Trópico de Capricornio que cercena São Paulo – 23º  26´ 16" S  46° 38' 09" O– hay prisa, un sombrero de luces cubriendo la avenida Paulista y un noctámbulo que compra gafas de sol en la madrugada. En el Trópico de Capricornio que mitificó Henry Miller casi todo lo que se llamaba vida “era insomnio”. En el 23º  26´ 16" S  46° 38' 09" O – en el São Paulo de carne y alquitrán – casi todo lo que se mueve es noche, gente despierta, siluetas en fuga. Tenías razón, Henry, casi todo es desvelo, sueño boca arriba. Un guitarrista eléctrico-onírico clavado en la esquina de la Rua Augusta. Una señora bostezante que intenta cruzar, de madrugada, la siempre sorprendente avenida Paulista, esa suma de vértebras/cuadras. En el Trópico de Miller había “cebollas picadas, neumáticos de cuerdas, servilletas arrugadas”. En la ciudad llamada  23º  26´ 16" S  46° 38' 09" O hay motoboys surcando la urbe en sus motocicletas raquíticas, helicópteros, carteras, lianas, skaters, cachaça, acciones de bolsa sobre una pantalla electrónica, servilletas con números de teléfono, perfumes, mangos, futbolines, putas y chaquetas. Es verdad, Henry, en el Trópico de Capricornio hay “electricidad por todos lados, y sangre y esquirlas y altavoces”. Por eso, para emborracharnos de neones, del bocado dulce del tiempo del Trópico de Capricornio, lo mejor es contemplar el vaivén de los pasos, de los cabellos, de los maletines, en la estación de metro de Sé, ver cómo los rostros van componiendo círculos o paralelepípedos. Lo mejor para ser 23º  26´ 16" S  es dejarse hipnotizar por las luces rojas que pintarrajean la noche de la calle Oscar Freire, la más chic de la ciudad. O asomarse a los camerinos de la discoteca Pink, engalanados de camareras- bajo-el-maquillaje, espejos y susurros. Pero al final de cuentas, tras túneles, taxis y mariposas extraviadas, nos daremos cuenta de que Miller no tenía razón. Que no, Henry, que no, que en 46° 38' 09" O el caos no es un fluido que nos envuelve. Que en el Trópico de Capricornio no hay “gas venenoso”. Ni explotan bombas. Ni hay cuerpos despedazados volando por los aires. Para contrariar al borrachuzo Miller basta con reposar bajo el Museo de Arte de São Paulo, en el corazón de la avenida Paulista, y observar como los segundos patinan sobre el asfalto, como el labio roza la piel, como una pareja se engulle dentro de su propio embudo, al margen del atasco, de los motoboys y del insomnio.

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